El karma es un concepto central en las religiones orientales, sin embargo, en Occidente conserva un aire algo exótico y es susceptible de diversas interpretaciones. El karma se considera hasta cierto punto como algo que castiga justamente a quienes nos han hecho daño, y en este sentido tiene las cualidades que suelen atribuirse a Dios en el cristianismo. A veces se cuestiona si el hecho de que una persona haga daño a otra significa que han tenido algún tipo de relación en el pasado, si algunas cosas son «kármicas» y otras no, etc.
Desde el punto de vista budista, el karma rige absolutamente todo y por completo. En la práctica, esto significa que el propio cuerpo de una persona, sus recursos y sus relaciones con los demás están totalmente determinados por su karma. El propio karma se realiza realmente cuando las semillas que hemos sembrado a través de nuestros pensamientos, palabras y acciones en vidas anteriores dan fruto en esta vida, porque se dan las condiciones necesarias para su maduración.
Estas condiciones necesarias son muy importantes, ya que, dependiendo de ellas, los frutos pueden ser aún más amargos o incluso más dulces. Por esta razón, depende de nosotros decidir si pagaremos aún más caros nuestros errores del pasado o si, confesándonos al Buda, siguiendo los preceptos y comportándonos correctamente, reduciremos las consecuencias negativas. En este sentido, si alguien intenta hacernos daño, seguro que en el pasado hemos tenido relaciones que no acabaron bien. Si lo consigue, significará que estábamos en deuda con él. Por lo tanto, si no queremos seguir en este círculo vicioso de venganza mutua, es decir, hacerle daño a su vez en una vida futura, luego volver a hacerle daño, etc., también es muy importante confesar nuestros pensamientos negativos sobre él si los hemos tenido o los seguimos teniendo.
El karma es perfectamente justo, porque todo lo que recibimos ha sido debidamente ganado por nosotros mismos y nunca sufrimos por los pecados de los demás. Al mismo tiempo, esto no es motivo para no intentar mejorar nuestro karma y ayudar a los demás a mejorar el suyo. Al fin y al cabo, eso es exactamente lo que hacen el Buda y los bodhisattvas.
Repitamos que el karma es estrictamente individual, es decir, cada persona es responsable de sus propios actos. Cuando a veces hablamos de karma colectivo, significa que varios seres sensibles han hecho algo juntos y, por tanto, cada uno recibe las consecuencias que corresponden a su grado de implicación. Por ejemplo, toda la familia del Buda Sakyamuni fue masacrada por el rey del reino vecino y sus soldados. Como él mismo explica, esto sucedió porque el Buda y todos sus parientes vivieron una vez en una aldea cercana a un gran lago. Cuando el lago se secó, capturaron los peces y se los comieron en lugar de guardarlos. En cambio, el propio Buda, aunque también participó, no comió el pescado, pues ya era vegetariano en aquella época, por lo que sólo tuvo dolor de cabeza durante tres días. Esto ilustra el hecho de que es mejor ser vegetariano si se quiere evitar un karma muy pesado más adelante.
El karma se menciona literalmente en todos los sutras budistas, y en este sentido tenemos que ser muy cuidadosos: tenemos derecho a no creer en él, pero en ese caso no podemos pretender ser budistas. Toda la enseñanza de Buda se basa en el karma y la reencarnación, y al final, si no nos reencarnáramos, no habría necesidad de intentar liberarnos. Del mismo modo, si el karma no existiera, no importaría si hacemos el bien o el mal, si seguimos los preceptos de Buda o no. Al fin y al cabo, nuestra práctica no tendría sentido.
Por último, como ya hemos dicho, puede que no creamos en el karma, pero aun así es bueno ser conscientes de que solemos explicar por azar dependencias que no entendemos, es decir, es muy posible que en realidad no haya azar, sino que simplemente nos falte sabiduría para comprender en profundidad las relaciones entre las cosas.