En el capítulo 9 del 𝐴𝑔𝑔𝑎𝑛̃𝑛̃𝑎 𝑆𝑢𝑡𝑎, Buda reflexiona sobre las tres causas que determinan la destrucción y el fin de las sociedades humanas: la guerra, el hambre y la enfermedad. Lo que sigue es un resumen, con algunas pequeñas reflexiones añadidas:
La guerra surge cuando una serie de seres humanos se niegan a adoptar el comportamiento correcto, es decir, realizan acciones que generan faltas graves: matan, roban, no mantienen relaciones sexuales legítimas, mienten, utilizan un doble lenguaje o palabras inadecuadas a las circunstancias, insultan, consumen drogas, son codiciosos, se dejan llevar por la ira y adoptan una visión del mundo que no se corresponde con la realidad. Se deduce, por tanto, que quien evita estos comportamientos y se esfuerza siempre por la virtud no puede ser considerado responsable del despliegue de la guerra. Cada uno de nosotros, en función de su comportamiento, puede ser responsable o no de su surgimiento, y cada pequeña violencia cotidiana, cada mentira, cada insulto, cada golpe de ira, son semillas que siembran los mayores conflictos. Una de las señales de que se acerca el fin de un mundo (que se llama «kalpa medio») es que la virtud se convierte para la mayoría de la gente en algo detestable, y que aquellos cuyo vicio está más desarrollado son también los más respetados. Lo mismo ocurre con los hombres que, desde muy temprana edad, son condicionados a hablar para mentir, a actuar para destruir. Son como el cazador que se enfrenta al animal por el que no siente compasión. Quien lanza una piedra a su compañero, a un animal o a un árbol para herirlo o cortarlo, está lanzando una piedra al propio edificio de su mundo, para destruirlo. Si, por el contrario, una persona se entrena cada día en la generosidad, la compasión y la honestidad, no será de los que nacen de la guerra. A la vista de los conflictos que se producen a nuestro alrededor, ya sean militares o económicos, ya destruyan personas, animales o bosques, ya vacíen cargadores de ametralladoras, océanos o corazones humanos, parece que no hay otra forma de ponerles fin que adoptando invariablemente un comportamiento justo.
La hambruna surge por las mismas razones que la guerra, sólo que las circunstancias cambian: los seres humanos se han comportado de forma tan inadecuada que sus acciones han provocado una alteración climática: la lluvia deja de caer, las semillas dejan de germinar. El hambre los mata o los lleva a matarse entre ellos. Beben la savia de los árboles, consumen la corteza. Los celos, la codicia y la avaricia son sus venenos. Si encuentran algo de comida, se la guardan para sí mismos y se niegan a compartir hasta la más mínima porción. Así podemos entender que hay en la liberalidad de los muchos el medio de liberarnos del hambre, y que tenemos más que ganar compartiendo que guardando todo para nosotros. ¿No vemos que hoy en día, esa avaricia que nos empuja a comprar, a consumir más y más, que la renuncia a compartir con los demás lo que tenemos, que nuestros celos y envidias crean miseria por doquier? ¿No están nuestros países ricos creando ya las condiciones para su propia hambruna, cuando dejan a los más pobres apenas suficientes migajas que les permiten producir para nosotros?
Por último, la enfermedad se extiende entre quienes no han hecho uso de la virtud en su vida. Los espíritus, que siempre han actuado sólo con la prisa de hacer el mal, se apresuran a sembrar en ellos las semillas de la enfermedad. Los seres sensibles que no son seres humanos la extienden por toda la tierra, porque los hombres se han dado a sí mismos un comportamiento equivocado. Comemos la carne de animales maltratados de los que surgen diversas enfermedades. ¿Esto es de extrañar? La enfermedad, dice el Buda, es como los bandidos que, intentando entrar en un palacio, no son detenidos por sus guardias, que son demasiado descuidados en sus obligaciones para poder detenerlos e impedir que diezmen a todos los ocupantes del palacio. A las enfermedades les resultará mucho más difícil penetrar en las fronteras de un pueblo que se mantiene vigilante en la práctica de un comportamiento correcto. Por el contrario, una pandemia nunca se propaga tan bien como cuando los hombres prefieren las facilidades del vicio al ejercicio de la virtud. Hay entonces, en medio de un pueblo diezmado por la enfermedad, un gran acto de generosidad en el acto de cuidar a los enfermos.
Así, un mundo, una civilización, sólo puede prosperar a condición de que quienes lo habitan prosperen en la virtud, que no maten a los hombres ni a los animales, que no tomen lo que no les pertenece, que no tengan relaciones sexuales más que las que la ley les permite, Que siempre hablen sólo lo que es verdad cuando y como es apropiado, que muestren un corazón generoso y pacífico, que refrenen sus deseos y que tengan una comprensión correcta e iluminada de la realidad. Estas son las condiciones que favorecen la prosperidad de las naciones, las civilizaciones y los mundos, cuando el comportamiento contrario promueve su destrucción y acelera su fin.