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La práctica

El objetivo de la práctica es eliminar los tres venenos: la avaricia, la ira y la ignorancia, para que nuestro comportamiento, nuestra palabra y nuestro pensamiento sean puros y justos. La sabiduría es inalcanzable para quien no haya realizado esta limpieza profunda de los tres venenos. Quien tiene un apego excesivo a los seis objetos del vijñāna (vista, sonido, gusto, olfato, tacto y dharma) tampoco puede encontrar la sabiduría.


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  La mayoría de los frutos kármicos que llevamos con nosotros en el momento del nacimiento son negativos. Pocos son positivos. Por eso debemos practicar mucho para purificar lentamente nuestro karma negativo. Sólo después de haber eliminado todos los pensamientos negativos pueden aparecer los pensamientos correctos, que entonces nos dan la oportunidad de eliminar nuestras contaminaciones kármicas.

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  Cuando el maestro Xuyun hacía una peregrinación, iba descalzo, equipado sólo con una bolsa. Algunos días, ayunaba. Sean cuales sean los obstáculos, hizo lo necesario para seguir adelante y nunca se preocupó por el mañana. Por estas razones, su mente estaba libre de todo tipo de apegos. Los dioses protectores, como el Dragón y los defensores de la Enseñanza, le protegieron en sus andanzas porque su voluntad era fija e inquebrantable. Si tenemos esa voluntad, cualquier objetivo está a nuestro alcance.

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  La práctica es como una grulla salvaje: el ave no pone límites a su terreno de caza. Puede volar cuando quiera, aterrizar donde quiera: es muy libre. La práctica debe llevarse a cabo de tal manera que uno pueda quedarse quieto en cualquier lugar. Si su mente puede mantener esta quietud mental, entra en samādhi.

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  Desde tiempos infinitos, nuestros karmas negativos se han acumulado tanto que han llegado a ser tan grandes como una montaña. El propósito de nuestra práctica es transformar estos karmas negativos. Pero si actuamos mal, añadiremos a nuestra montaña kármica nuevas piedras que harán crecer aún más nuestro karma negativo. Como resultado, nunca podremos salir del ciclo de reencarnaciones.

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  La práctica es difícil. Es una forma de lavado de cerebro en la que aprendemos a deshacernos de la codicia, la ignorancia y la ira, y a sustituirlas por las semillas de la compasión, la alegría y la generosidad. La llegada de los obstáculos es el mejor momento para practicar. Necesitamos comprender la naturaleza de estos obstáculos para conocer la sabiduría.

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  La práctica consiste en hacer lo que otros no quieren hacer. Esto nos permite acumular méritos y purificar nuestro karma negativo. Para ello es necesario comprometernos con los cuatro grandes votos de los bodhisattvas y practicar con una perseverancia invariable. También debemos evitar cualquier disputa con los demás, pero también evitar calcular cualquier cosa que pueda darnos ventajas sobre los demás. Nada de esto es un camino hacia la sabiduría. El propósito de la práctica es recordarnos cuál es nuestro verdadero rostro. Es la misma cara que tenías antes de que tus padres te dieran la vida. No podrás entender esto hasta que tengas sabiduría. Piensa en una luna oculta por las nubes oscuras: su cara no es visible para nosotros.

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  La práctica no consiste en discutir sobre lo que está bien y lo que está mal. Si eres justo y otros te dicen lo contrario, acepta esa injusticia. Por otro lado, si reconoces de buen grado que te has equivocado, tampoco hay que preocuparse. De lo contrario, sus preocupaciones serán aún mayores.

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  La práctica significa aprender a desprenderse del cuerpo físico. El cuerpo físico no es nuestro verdadero yo: al final se destruirá, no importa lo que hayas hecho en tu vida. Así que no hay necesidad de apegarse demasiado a este cuerpo. Vístete con sencillez, come con moderación, lleva una vida sencilla y no busques ropa cara ni comida abundante. Este es el comienzo de la práctica: llevar una vida cuyas condiciones son muy simples.

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  Además, cuanto más permanecemos en el camino de la práctica, más nos acercamos a la sabiduría. No esperemos que los demás nos traten con consideración, de lo contrario nada nos distingue del hombre común.

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  El practicante también debe aceptar perder, fracasar. Esto le permite progresar en la práctica. Los que vigilan sus propios hábitos no se desvían del camino correcto. Su capacidad para comprender sus defectos se mide por su práctica y aumenta su humildad.