(Sutra de las Seis Paramitas)
Una vez hubo un practicante que provenía de una familia muy pobre. Para mantenerse a sí mismo y a su familia, se embarca en un buque mercante. Un día, el barco en pleno mar se detuvo repentinamente. No había viento, e incluso cuando la gente intentó remar, el barco no se movía muy rápido.
Todo el mundo estaba muy asustado, excepto nuestro pobre chico, que cumplió bien los preceptos y se comportó muy dignamente. Además, había hecho el gran voto de que un día liberaría a todos los seres sensibles y que nadie sería tan pobre como él.
Pasaron siete días y la situación seguía siendo la misma: el barco no se había movido ni un centímetro. Entonces el capitán soñó que el espíritu del mar le hablaba en sueños:
«Debes dejar a este pobre chico en el océano y entonces te dejaré ir. »
Como el joven tenía muy buena afinidad con todos, el capitán no quiso abandonarlo. Pero cuando el muchacho escuchó lo que el espíritu del mar le había dicho, dijo:
«Si mi sacrificio salva a todos, estoy listo: ¡Déjenme ir! »
Entonces los demás le dieron una pequeña barca y algo de comida y le dejaron salir al mar.
En cuanto el barco se alejó, el viento se levantó y apareció una gran ola. La gente del barco empezó a felicitarse entre ellos. Pero entonces un gran pez se tragó el barco y mató a todos.
En cuanto a nuestro chico, pudo alejarse con su pequeña barca y llegar finalmente a la costa para volver con su familia.
Esta historia es completamente incomprensible para el lector sin ciertas explicaciones que queremos dar:
Ese gran pez era el espíritu del mar, que en realidad quería comerse el barco con todos a bordo. Sin embargo, la presencia de este pobre muchacho se lo impidió. En efecto, alrededor de un practicante que mantenía bien los preceptos siempre hay muchos dioses protectores y el espíritu del mar no se atrevía a atacarlo. Así que se apareció en los sueños del capitán para persuadirle de que se deshiciera del chico y así permitirle comerse el barco con todos a bordo.
Nunca hay que subestimar a un verdadero practicante que mantiene los preceptos, porque a su alrededor hay muchos dioses protectores que le animan y protegen. Si mantenemos incluso los preceptos básicos -no matar, no robar, no tener relaciones sexuales inapropiadas, no mentir y no beber- ya habrá muchos dioses protectores que nos felicitarán. Y si además practicamos la generosidad, será el propio Buda quien nos felicite. La razón es que el Buda y los boddhisattvas están ahí para ayudar a la gente a tener compasión por otros seres sensibles.
Con el tiempo, mucho más tarde, este pobre muchacho se convirtió en un Buda al que conocemos como Buda Sakyamuni. Así, entendemos que nunca hay que dudar en practicar la generosidad y mantener una conducta correcta.